28 de octubre de 2012

Aleros de Madrid



No, no me estoy refiriendo a esos esforzados baloncestistas que juegan por los laterales de la cancha y que suelen encestar desde posiciones alejadas de la canasta. Como se puede apreciar claramente por las fotografías que acompañan este artículo, me estoy refiriendo a esa parte inferior de los tejados, que rebasa la línea del muro sobresaliendo de la fachada del edificio y que habitualmente sirve para desviar de ella las aguas llovedizas y no deterioren sus enfoscados y decoraciones. 

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A primera vista podríamos pensar que se trata de un simple elemento arquitectónico al que no hay que dar importancia y por eso prácticamente ni nos fijamos. Las fachadas con sus decoraciones y la forja de sus balcones, por poner dos ejemplos, parecen reclamar principalmente nuestra atención. 

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Normalmente no reparamos en ese otro tipo de detalles que, quizá por su simple utilidad, pierden importancia pero que sin duda también contribuyen a que la mayoría de las edificaciones queden decorativamente rematadas en sus partes altas. 

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A nada que nos fijemos, podemos apreciar en Madrid un gran muestrario de estos aleros, que vienen a corroborar la existencia de verdaderos trabajos artísticos, ya sea por su colorido, sus dibujos o por las tallas en los puntales de las vigas que los sustentan. Aquí os dejo una pequeña representación de aleros de Madrid. 


Texto y fotos: Manuel Romo
M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

6 de octubre de 2012

Cine del Callao


Cine del Callao 1930

Muy pobre es en realidad el capítulo modernista en nuestra ciudad, sin embargo, a partir de la primera década del siglo XX, parece que Madrid prefirió decantarse por el estilo Art Déco, presente en algunos edificios destinados, sobre todo, al cinematógrafo. Dentro de esta tendencia, una de las obras que más sobresale, aunque con desafortunadas modificaciones aún sobrevive, es el Cine del Callao. 

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Este emblemático edificio construido en 1926 y terminado un año después, se lo debemos al arquitecto madrileño Luis Gutiérrez Soto (1900-1977), apodado cariñosamente como “el arquitecto de los cines”, ya que tan sólo en Madrid construyó los cines: Europa, Barceló, La Flor, Rex, Narváez, Montera, Carlos III, Atocha, Dos de Mayo, Actualidades, entre otros. 

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El Cine del Callao, que es el que hoy nos ocupa, lo edificó sobre un solar en forma de V y excesivamente alargado, por lo que al fondo de dicho solar, con entrada por la calle de Jacometrezo, proyectó levantar el edificio destinado a oficinas y a su propio estudio, resolviendo así la longitud desmesurada que tendría la sala de visionado. 

Cine del Callao planosM@driz hacia arribaCine del Callao vestbulo

Constaba todo el conjunto: en su planta sótano con un gran salón de baile, la planta baja con una sala de proyecciones para mil quinientas localidades, la primera planta con un amplio vestíbulo que daba paso a un salón de té con balcones al patio de butacas, la segunda planta con una antesala que daba acceso a los palcos, en el ático una terraza, a cielo abierto, concebida para cine de verano y coronando el conjunto, el torreón de esquina que hacía las funciones de faro luminoso para atraer la atención de posibles espectadores. 

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La decoración del edificio original, tanto exterior como interior, estaba influenciada por las tendencias neobarrocas españolas, sugerencias vienesas y elementos art-déco, valiéndose el arquitecto para dar monumentalidad y elegancia al conjunto con, un cuerpo inferior almohadillado, una gran marquesina de hierro y cristal sustentada por cuatro tensores de acero, estatuas flanqueando su fachada principal, grandes paños con jarrones y motivos florales esgrafiados, óculos ovalados, vidrieras emplomadas, grandes vanos verticales con vidrios de colores e interiores con salones entelados o con pinturas al fresco y suntuosas lámparas de lágrimas de cristal. 

Cine del Callao sala de proyeccionesCine del Callao saln de t

El Cine del Callao fue inaugurado con la proyección de la película muda “Luis Candelas, el bandido de Madrid” y ya en el verano de 1929, se proyectó la primera película sonora y hablada estrenada en España, “El cantante de jazz”. Canta la popular frase zarzuelera que “las ciencias adelantan que es una barbaridad”, pero a juzgar por los cambios de imagen sufridos en este edificio, en pro de la tecnología, simplemente me parecen una barbaridad. El noventa por ciento de su decoración original ha desaparecido, !menos mal que es un edificio que goza de protección oficial!
 
 
M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

8 de septiembre de 2012

Plaza de la Cebada, 4


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Ya queda menos para la fecha prevista de la demolición de este maltrecho, pero bonito, edificio de principios del siglo XX. Como reza el cartelón adosado a su fachada, fue declarado en ruina en el año 2010 y si nadie lo remedia su condena se hará efectiva en breve. Supongo que la asociación de vecinos de la plaza de la Cebada habrá intentado impedirlo y que estará en ello, pues han demostrado en diferentes ocasiones que pelear por la conservación del barrio y sus tradiciones es para ellos objetivo primordial. 

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Desconozco por completo los informes técnicos que llevaron al Ayuntamiento a llegar a esta resolución, pero siempre me quedará la duda de si no habrá intereses más oscuros detrás de este fallo. ¿No se han pasado ITEs de dictamen positivo?¿Será realmente imposible la rehabilitación?¿No es conservable ni siquiera la fachada, según la legislación para la conservación del casco antiguo? Si a pesar de todo se lleva a cabo la demolición, que será lo más probable, ¿se tendrá en cuenta el entorno y las alturas para la nueva edificación? Si tan en ruina está ¿cómo, desde 2010, han consentido que esté habitado? Supongo que el consistorio ya tendrá planificado el realojo de los inquilinos de esta comunidad, ¿o no?. Dudas, preguntas, dudas, preguntas...


M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

28 de agosto de 2012

Agosto en Madrid



Algo debemos de estar haciendo de través en este bendito país para tener que estar sufriendo las iras de Pedro Botero, en forma de grados centígrados infernales. No sé si será esta canícula que ya parece estar finalizando, la edad que no perdona a las seseras, mi tan criticado e innato despiste o el ir mirando como un pánfilo siempre “parriba”, pero lo cierto, lo juro, es que no me había percatado de que Madrid se estaba llenando de pingüinos rey. Y una vez puestos mis ¿cinco? sentidos en alerta máxima, alguno de ellos me llevó a las reflexiónes: ¿tanto estará influyendo en el planeta el cambio climático?¿los pingüinos también hacen el agosto?¿será un tour del inserso antártico para visitar el Prado, el Retiro y demás maravillas capitalinas?

Pinginos (1)Pinginos (3)

Ca, nada más lejos de la realidad. Yo, que a veces soy más avispado que la agencia Reuter, me he enterado que las susodichas aves ya llevan afincadas o anidadas o emplazadas, unos meses en los madriles. Y sé de buena tinta, creedme, que es por una buena causa. La culpable de la iniciativa ha sido Faunia, que para recaudar fondos que se donarán a distintas ONG’s, ha encargado a reconocidos artistas y diseñadores vestir de alegres colores a estos veinte turistas insólitos. He intentado aprovechar la coyuntura fauniana para estimular mi autosugestión y hacer más llevadero este agosto africano sin tener que recurrir al aire acondicionado pero, ná de ná. En fin, siempre me quedará la sierra.

Texto y fotos: Manuel Romo

30 de julio de 2012

Rejería del Madrid borbónico (XVIII)


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En la Italia de principios del siglo XVIII surgen las primeras construcciones barrocas, una producción de rejas sumamente ornamentales acopladas tanto en fachadas: puertas, ventanas y balcones, como conformando grandes rejas que aíslan jardines a la vez que los decoran. Esta forja monumental de idea decorativa pasa a Francia. Desde Italia y Francia pasa a los centros cortesanos alemanes y austriacos e incluso también a Rusia, llenándose todas estas ciudades de grandes puertas de hierro, rejas de jardines y balaustradas férricas en los puentes. Lo más característico de esta forja ornamental es la introducción de la cinta, con la que se componen los llamados “encajes férricos”. 

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Con esta cinta se forman volutas, rocallas y todo tipo de tracería que destacando sobre los fondos produce un efecto opulento. Todas estas formas del trabajo rejero llegan a España con los Borbones. Se plasman, primero, en los Reales Sitios, se extienden después por las residencias de los nobles y acaban completando la arquitectura de los grandes templos. Una rejería en la que es muy frecuente que sus artífices fuesen franceses afincados en España o llamados para encargos, o bien forjadores nacionales que hubiesen viajado y estudiado en el extranjero. Tales son los casos del maestro Duperier o el del rejero Antonio Dupar, o el del maestro hispano Diego Martínez. 

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En Madrid, sede de la Corte y residencia de la alta nobleza y burguesía, establecieron talleres los mejores rejeros, como el italiano Joseph Say y el francés Juan Bautista de Platón y españoles como los maestros Silvestre Poderos, Antonio Bazán y Francisco Manzano, artífices de los magníficos balconajes de la planta principal del Palacio Real. Ya en pleno reinado de Carlos III, surgen en España las Sociedades Económicas de Amigos del País creadas para impulsar el desarrollo de las industrias, especialmente el fomento de las manufacturas metalisteras. 

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Tales empresas adquirían el hierro en fábricas y en hornos de fundición que lo surtían ya elaborado en gruesos y formas al gusto del demandante y de metalisteros, siguiendo pautas de rejeros y cumpliendo órdenes de arquitectos. Estas industrias comenzaron a proliferar por todas las regiones, si bien las sedes más importantes estuvieron en Vascongadas, Madrid y Barcelona, donde vieron la luz casi todas las obras férricas y metalisteras que se emplearon con fines prácticos y decorativos a finales del XVIII y comienzos del XIX. Las obras de mayor envergadura salidas de estas empresas fueron la larga serie de lienzos rejeros de jardines, parques y edificios públicos. 


Uno de los mejores ejemplos en Madrid es las rejas y puertas del Jardín Botánico, ordenado construir por Carlos III para que completase el entorno del entonces Museo de Ciencias Naturales, hoy Museo del Prado, trazado por Juan de Villanueva quien llevó a cabo su cerramiento para que al mismo tiempo permitiesen ver a través de sus barrotes. Terminadas las obras del jardín en 1789 se instalan las rejas trazadas por Pedro Muñoz y Francisco Arrivillaga y ejecutadas en Tolosa, convirtiéndose en una de las primeras obras de la rejería industrializada española. 

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Otra producción metalistera de esta etapa fue la de las farolas de alumbrado público. Durante el reinado de Carlos III se reglamenta el alumbrado público en Madrid, creándose en 1761 un Cuerpo Municipal encargado de la conservación, limpieza y encendido de farolas. Madrid se ilumina con bujías de estearina y de parafina aplicadas a los primeros faroles en las últimas décadas del XVIII, obra de hojalateros y vidrieros, que colgaban por medio de pernos y palomillas, pudiendo ser sus formas cilíndricas o cuadrangulares, de los cuales ningún ejemplar a llegado a nosotros, siendo tan sólo conocidos por referencias de las crónicas de la época. 


Fuentes: Fernando de Olaguer-Feliú (Catedrático de Historia de Arte de la U.C.M.)
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12 de julio de 2012

La rejería renacentista en Madrid


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Con la llegada del siglo XVI, las ciudades cobran distintos aspectos. La nobleza se hace ciudadana y destina sus residencias campestres exclusivamente para recreo y uso vacacional, establece sus moradas en la ciudad y el resultado de ello será la construcción de palacios y mansiones aristocráticas, convirtiéndose así la vivienda señorial en la construcción por excelencia en los núcleos de población. 

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Estos palacios tenían en común la necesidad de abrirse a la ciudad. Ya no son residencias como en épocas medievales, no necesitan habitáculos cerrados y protegidos sino que gustan de mostrarse en toda su grandeza. Tal apertura se materializa en unas fachadas donde abundan las ventanas, balcones y balconadas, grandes vanos a través de los cuales se pueden vivir los eventos del exterior, estar presente y al mismo tiempo alejado de la urbe. 

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Todos estos vanos precisan de una protección: si se encuentran a escasa altura deberán aislarse para evitar entradas “no deseadas” y si se sitúan en pisos superiores deberán disponer de antepechos, pretiles o parapetos para evitar posibles caídas. Tales protecciones se llevaron a cabo por medio de trabajos de forja: rejas para las ventanas inferiores y balconajes para los vanos superiores. Tenemos nuevamente la obra férrica, ahora en la ciudad del siglo XVI. Estas rejas y balconadas eran de “hierro dulce”. 

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Las rejas embellecen la fachada y enriquecen la estética general de la ciudad. La rejería arquitectónica del barroco presenta dos etapas: una abarca el siglo XVII completando la arquitectura del austero barroco de los Austrias y otra, en el siglo XVIII, formando parte de la arquitectura ostentosa de los Borbones. La primera etapa se caracteriza por su sobriedad y la segunda por su recargamiento. 

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Los trabajos metalisteros en el siglo XVII supusieron una etapa de decadencia que se acusó también en el campo de la rejería arquitectónica. La producción rejera más austera fue la derivada del modelo Herreriano, que hizo que la forja monumental se simplificase. Tal decadencia y austeridad rejera lógicamente también se reflejó en Madrid. 


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Las ferrerías estaban mayormente establecidas en el norte, el material era traído desde Vascongadas. Concretamente desde Legazpi salió una considerable y buena producción. Estas obras de gran sobriedad van acompañadas por pilares de piedra y ornatos en los remates de sus barrotes, sobretodo en forma de lanza o de flecha. 

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En Madrid se conserva un buen ejemplo: la “reja-muro” del monasterio de la Encarnación, cerrando el patio tras el que se levanta la fachada realizada por Gómez de Mora. La reja se extiende a lo largo de cinco lienzos, separados por pilastras y con una puerta en el lienzo central a dos batientes. Las formas abalaustradas de sus barrotes son torneadas y rematadas en flecha. 

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Otro tipo de creación rejera propio del siglo XVII fue la “reja-puerta” cerrando grandes portones de medio punto a dos batientes y con un montante semicircular de barrotaje radial. La Colegiata de San Isidro conserva todavía una de estas grandes “rejas-puertas” ejecutada en los talleres metalisteros madrileños en los años del reinado de Felipe IV. 



Una tercera producción de forja en este siglo fue la de los balconajes, que se ubicaron en las fachadas de palacios y mansiones nobiliarias. Pocos se conservan en Madrid dada la destrucción de tantas mansiones señoriales, pero algunos iremos viendo. 


M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

13 de junio de 2012

La forja en la arquitectura medieval


Forja de fuelle

El trabajo del hierro en su vertiente ciudadana pasó durante el Medioevo por dos grandes etapas: el periodo de la Alta Edad Media, con el románico, y el periodo de la Baja Edad Media, con el gótico. Partiendo de las conquistas férricas logradas en Grecia y en Roma y los perfeccionamientos conseguidos por los visigodos, en España se produjeron grandes avances técnicos en el trabajo del hierro durante los siglos XI y XII. Desde el punto de vista técnico hay que destacar la creación de las forjas de fuelle, en las que se lograba un mayor ablandamiento del metal y diversos grados de blandura. 

Encaje férrico

Con tal avance técnico de la forja, la modalidad de rejería arquitectónica, se aplicó con profusión en las ciudades. Esta rejería románica se centró fundamentalmente en las iglesias. En los templos se condensa la obra férrica del románico, sobre todo, en sus puertas de acceso y en sus ventanas. Las puertas de estos lugares se enriquecían con grandes herrajes sobre la madera, realizados con barras y cintas de hierro, aplicados con largos clavos, formando numerosas volutas ascendentes y descendentes en forma de abanico. 

Voluta románica

En lo que respecta a sus ventanas, no eran ni muy amplias, ni muy numerosas, tan solo tenían la finalidad de proporcionar algo de aireación y de luz, pues el estilo arquitectónico de esta época buscaba interiores en penumbra, así que los vanos eran escasos y pequeños y la rejería tendría el doble objetivo de cerrar bien el vano y, de paso, adornar los exteriores del templo. Estas rejas se organizaban por barrotes verticales cuadrillados, paralelos y rellenando los espacios conformados por las barras con volutas sujetas por abrazaderas, obteniendo un efecto de “encaje férrico”. 

Voluta trébol Volutas puerta

Se tiende a pensar que la forma avolutada fue el símbolo del agua en el mundo grecorromano y, al cristianizarse, se supone que aludían a las aguas del bautismo. Los principales centros de producción rejera medieval fueron León, Salamanca, Palencia, Ávila y Segovia que, partir del siglo XIII, comienzan a forjar rejas arquitectónicas concebidas para la utilización ciudadana, denominándolas “reja-muro”, cuya misión era la de acotar espacios exteriores, cerrando atrios y huecos. La reja-muro se estructura con barras cilíndricas o cuadradas componiendo un lienzo alto, fuerte y aéreo, enriquecida con motivos florales y heráldicos, cuidando permitir la máxima visión. 

Grapa

La reja-muro gótica también se empleará para cerramiento de jardines y delimitación de zonas. Con el paso del tiempo casi la totalidad de estas rejas-muros fueron desmontadas, unas siendo fundidas para aprovechar su material férrico y otras fueron acopladas en los interiores. Por otra parte, desde mediados del siglo XV, aparece otro tipo de trabajo de forja que suele pasar desapercibido, comienza a hacer acto de presencia la iluminación nocturna, primer antecedente del alumbrado público, consistente en objetos portadores de luces en las fachadas. 

Antorchero cuadrangular Antorchero redondo

Los más frecuentes fueron los denominados ”antorcheros”, recipientes cuadrangulares o redondos que colgaban de palomillas, asegurados al muro con barras de refuerzo, pues su peso debía ser considerable. Tales “antorcheros” se elaboraban en hierro, se forjaban en las fraguas de fuelle y constituían junto a las rejas-muros los principales trabajos férricos del gótico. 

Fuentes: "Amigos del románico", "Círculo románico", "El pasiego".
M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

6 de junio de 2012

Rejería arquitectónica


Museo Arqueológico de Sevilla

Un componente importante y un tanto olvidado por los arquitectos de hoy en día es el papel artístico que siempre ha jugado la obra férrica en el urbanismo y en la estética en general de las ciudades. Un ejemplo de este olvido es el balcón, elemento, además de ornamental, indispensable de los edificios, esa apertura del interior al exterior, desde la casa a la calle, fundamental en la vida cotidiana de una vivienda; o las rejas y verjas artesanales acotando espacios y delimitando zonas ajardinadas que, a la vez que cumplen un papel primordialmente decorativo, permiten transparencia y visión a través de ellas. 

sevillanadas. blogspot.com

El papel de los balcones, rejas y verjas ha estado presente hasta nuestros días desde los tiempos del Imperio Romano. Roma heredó los trabajos metalisteros de Grecia, perfeccionó la técnica de ablandamiento de los metales y añadió a todo esto la estética, con lo que el concepto de “rejería arquitectónica” comenzó su andadura dentro de la decoración urbana. Estos avances en la producción férrica hicieron que a partir de entonces la labor de rejería pasara a ser elemento permanente en los núcleos de población. 

Sección emsambles macho-hembra

El término “reja” proviene de la voz latina “regula”, pieza metálica plana, derivando a “regia”, conjunto de barras metálicas entrelazadas, que al estar fuertemente unidas a lo “macho-hembra” o machihembrado, organizan una especie de lienzo para conformar un cerramiento a modo de muro, aéreo y transparente, que separa de forma segura a la vez que aísla. Nace así este concepto de rejería para servir de complemento a un edificio, formando parte de su arquitectura y componiendo los cerramientos de fortalezas, anfiteatros, edificios carcelarios y barandales en terrados y vanos de fachadas. 

Reja en Pompeya

Según cuentan las crónicas, esta última modalidad parece ser que fue iniciada por el capricho de un patricio llamado Moenius, que hizo proteger el terrado de su domus con una especie de barandal para poder presenciar desde allí los actos solemnes que se celebraran en los alrededores. Así nacen las “moenianas”, origen de los futuros balcones y miradores con las diversas variantes, según iremos viendo, y que estarán presente hasta nuestros días.


M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo