13 de junio de 2012

La forja en la arquitectura medieval


Forja de fuelle

El trabajo del hierro en su vertiente ciudadana pasó durante el Medioevo por dos grandes etapas: el periodo de la Alta Edad Media, con el románico, y el periodo de la Baja Edad Media, con el gótico. Partiendo de las conquistas férricas logradas en Grecia y en Roma y los perfeccionamientos conseguidos por los visigodos, en España se produjeron grandes avances técnicos en el trabajo del hierro durante los siglos XI y XII. Desde el punto de vista técnico hay que destacar la creación de las forjas de fuelle, en las que se lograba un mayor ablandamiento del metal y diversos grados de blandura. 

Encaje férrico

Con tal avance técnico de la forja, la modalidad de rejería arquitectónica, se aplicó con profusión en las ciudades. Esta rejería románica se centró fundamentalmente en las iglesias. En los templos se condensa la obra férrica del románico, sobre todo, en sus puertas de acceso y en sus ventanas. Las puertas de estos lugares se enriquecían con grandes herrajes sobre la madera, realizados con barras y cintas de hierro, aplicados con largos clavos, formando numerosas volutas ascendentes y descendentes en forma de abanico. 

Voluta románica

En lo que respecta a sus ventanas, no eran ni muy amplias, ni muy numerosas, tan solo tenían la finalidad de proporcionar algo de aireación y de luz, pues el estilo arquitectónico de esta época buscaba interiores en penumbra, así que los vanos eran escasos y pequeños y la rejería tendría el doble objetivo de cerrar bien el vano y, de paso, adornar los exteriores del templo. Estas rejas se organizaban por barrotes verticales cuadrillados, paralelos y rellenando los espacios conformados por las barras con volutas sujetas por abrazaderas, obteniendo un efecto de “encaje férrico”. 

Voluta trébol Volutas puerta

Se tiende a pensar que la forma avolutada fue el símbolo del agua en el mundo grecorromano y, al cristianizarse, se supone que aludían a las aguas del bautismo. Los principales centros de producción rejera medieval fueron León, Salamanca, Palencia, Ávila y Segovia que, partir del siglo XIII, comienzan a forjar rejas arquitectónicas concebidas para la utilización ciudadana, denominándolas “reja-muro”, cuya misión era la de acotar espacios exteriores, cerrando atrios y huecos. La reja-muro se estructura con barras cilíndricas o cuadradas componiendo un lienzo alto, fuerte y aéreo, enriquecida con motivos florales y heráldicos, cuidando permitir la máxima visión. 

Grapa

La reja-muro gótica también se empleará para cerramiento de jardines y delimitación de zonas. Con el paso del tiempo casi la totalidad de estas rejas-muros fueron desmontadas, unas siendo fundidas para aprovechar su material férrico y otras fueron acopladas en los interiores. Por otra parte, desde mediados del siglo XV, aparece otro tipo de trabajo de forja que suele pasar desapercibido, comienza a hacer acto de presencia la iluminación nocturna, primer antecedente del alumbrado público, consistente en objetos portadores de luces en las fachadas. 

Antorchero cuadrangular Antorchero redondo

Los más frecuentes fueron los denominados ”antorcheros”, recipientes cuadrangulares o redondos que colgaban de palomillas, asegurados al muro con barras de refuerzo, pues su peso debía ser considerable. Tales “antorcheros” se elaboraban en hierro, se forjaban en las fraguas de fuelle y constituían junto a las rejas-muros los principales trabajos férricos del gótico. 

Fuentes: "Amigos del románico", "Círculo románico", "El pasiego".
M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

6 de junio de 2012

Rejería arquitectónica


Museo Arqueológico de Sevilla

Un componente importante y un tanto olvidado por los arquitectos de hoy en día es el papel artístico que siempre ha jugado la obra férrica en el urbanismo y en la estética en general de las ciudades. Un ejemplo de este olvido es el balcón, elemento, además de ornamental, indispensable de los edificios, esa apertura del interior al exterior, desde la casa a la calle, fundamental en la vida cotidiana de una vivienda; o las rejas y verjas artesanales acotando espacios y delimitando zonas ajardinadas que, a la vez que cumplen un papel primordialmente decorativo, permiten transparencia y visión a través de ellas. 

sevillanadas. blogspot.com

El papel de los balcones, rejas y verjas ha estado presente hasta nuestros días desde los tiempos del Imperio Romano. Roma heredó los trabajos metalisteros de Grecia, perfeccionó la técnica de ablandamiento de los metales y añadió a todo esto la estética, con lo que el concepto de “rejería arquitectónica” comenzó su andadura dentro de la decoración urbana. Estos avances en la producción férrica hicieron que a partir de entonces la labor de rejería pasara a ser elemento permanente en los núcleos de población. 

Sección emsambles macho-hembra

El término “reja” proviene de la voz latina “regula”, pieza metálica plana, derivando a “regia”, conjunto de barras metálicas entrelazadas, que al estar fuertemente unidas a lo “macho-hembra” o machihembrado, organizan una especie de lienzo para conformar un cerramiento a modo de muro, aéreo y transparente, que separa de forma segura a la vez que aísla. Nace así este concepto de rejería para servir de complemento a un edificio, formando parte de su arquitectura y componiendo los cerramientos de fortalezas, anfiteatros, edificios carcelarios y barandales en terrados y vanos de fachadas. 

Reja en Pompeya

Según cuentan las crónicas, esta última modalidad parece ser que fue iniciada por el capricho de un patricio llamado Moenius, que hizo proteger el terrado de su domus con una especie de barandal para poder presenciar desde allí los actos solemnes que se celebraran en los alrededores. Así nacen las “moenianas”, origen de los futuros balcones y miradores con las diversas variantes, según iremos viendo, y que estarán presente hasta nuestros días.


M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

21 de mayo de 2012

Calle de Fernando VI



La calle de Fernando VI se encuentra situada en el Distrito Centro, Barrio de Justicia. En el siglo XVII se llamaba calle de las Flores o calle de Florida. No está muy claro, pero una de las hipótesis dice que debía su nombre a que en esta zona se encontraba el palacete donde residía doña María de la Vega, condesa de Florida. 


Esta calle formaba parte de un tramo de la que hoy es calle de Mejía Lequerica y parte de otro tramo de la calle del Barquillo. El diario El Globo de 1875 se hace eco de la noticia de “la ampliación de la calle Fernando VI continuando por la de la Florida”. A principios del siglo XX, el cronista de la Villa, Pedro de Répide, que escribió algún artículo bajo el seudónimo de “el ciego de las Vistillas”, nos refiere que la calle todavía conservaba algunas casas bajas del siglo XVII bastante pintorescas y notables. 


Con el pasar del tiempo se convirtió en una calle con mucho movimiento de transeúntes al ser muy comercial. Abundaban en ella sobre todo zapaterías y sombrererías. Una de estas últimas era la sombrerería de señoras “Frou-frou” de la que, allá por 1903, decían las malas lenguas que era un disimulado templo del amor. También a principios del siglo XX, en el número 2, abrió la “Librería Agrícola”, recientemente transformada en la zapatería de lujo Le Marché Aux Puces. En el número 3, en 1925, se encontraban los “Almacenes Ripoll”, edificio de dos plantas obra del arquitecto Francisco Reynals Toledo, posteriormente ocupado por Cervecerías Santa Bárbara, que lo coronó con ocho pingüinos y que actualmente está abandonado. 


A finales del XIX, en el número 5 tenía su comercio D. Manuel Muñoz Amor, en el que rezaba el rótulo: “químico, tintorero y quitamanchas”. En 1849, en el número 10 se ubicaba el depósito de vinos del señor barón de Monte-Villena. En el número 12, los “Almacenes Enrique del Campo”, de hierros, aceros y maquinaria. En el número 17, desde 1849 hasta 1913 que liquidó todas sus existencias, tenía su sede “Calzados Les Petits Suisses”, hoy en día ocupado por la librería Antonio Machado. En 1920, en el número 23 había un comercio de maquinaria y herramientas para madera, hoy pastelería al estilo provenzal Mamá Framboise. 

©M@driz hacia arriba

De gran importancia fue también en el número 10 desde 1902, la fábrica de carruajes Lamarca Hermanos, edificio fantásticamente restaurado en 2010; la segunda Farmacia Militar de Madrid en el número 8 y en el número 6, el Instituto de Física Terapéutica del doctor Decref fundado en 1893. Afortunadamente aún sobrevive desde 1905 el Palacio de Longoria, edificio modernista hoy propiedad de la SGAE; desde 1914 se mantiene la confitería-pastelería La Duquesita y, ya desde mediados del siglo XX, la Gran Pescadería-Marisquería Fernando VI desde 1955 y la cestería Sagón desde 1956. 


Fuentes: La Época, El Heraldo de Madrid, El Globo, La Ilustración Española y Americana.
 M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

8 de mayo de 2012

Parque del Retiro


J.A.Colmenar s.XVIII

El Parque del Retiro fue una iniciativa del conde duque de Olivares que para llevarla a cabo, hizo que el Ayuntamiento costeara un lujoso complejo ajardinado como parque palaciego, donde el rey Felipe IV se pudiera divertir. 


El complejo se levantaría sobre una extensión de 145 hectáreas, terrenos cedidos a Gaspar de Guzmán y Pimentel por el duque de Fernán Núñez, junto al monasterio de los Jerónimos y relativamente cercanos al Real Alcázar. 


Dicen que fue llevado a cabo por más de mil trabajadores, bajo la supervisión de los arquitectos Giovanni Battista Crescenzi (1577-1635) y el albaceteño Alonso Carbonell (1583-1660). 


En dichos terrenos se levantó un palacio para el rey, que lo habitó desde 1632, un teatro, la Leonera, el Salón de Reinos, la Pajarera de aves exóticas, la Plaza grande (1635), el Casón o Salón de Baile (1637), el Coliseo (1639), el Estanque de las campanillas, etc. 


En 1643 todo el conjunto quedó terminado. Pero durante los sucesivos reinados fue engrandecido con el Parterre, la Real Fábrica de Porcelana, el Observatorio Astronómico, la Casita del Pescador, la del Contrabandista, la Montaña Artificial, el Palacio de Cristal y el de Velázquez. 


Lo completaron con avenidas y paseos como el de las Estatuas, con fuentes como la de los Galápagos, la de la Alcachofa y la de El Ángel Caído, con jardines y rosaledas como la de Cecilio Rodríguez. 


Con un Quiosco para representaciones musicales, riachuelos artificiales y varias ermitas comunicadas, a través de la Ría chica y la Ría grande, con el Estanque Grande (1633), donde los nobles contemplaban naumaquias o batallas navales y donde podían pasear en una de las doce góndolas adornadas de oro y plata, enviadas desde Nápoles por el duque de Medina de las Torres o en la embarcación que, dicen, decoró Zurbarán. 


A pesar del delirio de fastuosidad, por su mala construcción, fue considerada en la época una obra “deslabazada y cuartelera”. Su construcción obligó a subir desmesuradamente los impuestos a los madrileños y tan escandalosa fue la subida de tributos, que la población decreció tanto, que tuvieron que bajar los presupuestos para la explotación de las riquezas de América y los dedicados al ejército. 


Fuente: "Madrid Villa y Corte" de Pedro Montoliú Camps.
M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

23 de abril de 2012

Esto es el Rastro, señores…


Su origen se remonta a lejanos tiempos medievales, allá por los siglos XV y XVI y desde hace ya muchos años se ha convertido en toda una institución. Está situado en la cima de un cerrillo donde se encontraba el antiguo matadero de cerdos, en el triángulo formado por las calles de Toledo, Embajadores y Ronda de Toledo.
Una vez que se hubo trasladado el matadero a su nuevo emplazamiento, comenzaron a agruparse en su lugar curtidores, chamarileros, fabricantes de zapatos y sebos, anticuarios, etc, y poco a poco se fueron sumando gremios hasta convertirse en el mayor y más importante mercadillo de España. Se le puede considerar el primer centro comercial... de “lo usado”.

Tiene incluso su horario oficial de 9 a 15 horas, las mañanas de domingos y festivos. Es el centro comercial del batiburrillo, del trapiche, del rebusque y del regateo. Pero, a pesar de su aparente caos, el Rastro está organizado en secciones más o menos diferenciadas: ropa militar y deportiva en Ribera de Curtidores, departamento de arte en San Cayetano, almoneda y ropa usada en Mira el Río, restauración en Cascorro, sección música, cromos y librería en plaza del Campillo del Mundo Nuevo, minerales en Vara del Rey, etc.

En el Rastro se pone a la venta todo lo imaginable para regocijo de madrileños y forasteros: gangas, rarezas y curiosidades. En el Rastro la gente va, viene, sube y baja la Ribera de Curtidores entre dos líneas de toldos y cientos de tenderetes en donde los vendedores de cualquier tipo de género pregonan a voz en grito sus mercancías ya sean jabones, ratoneras, cuadros, corbatas o barajas.
Echando una ojeada desde lo alto de la plaza donde se encuentra el monumento a Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro, resalta la oleada de cabezas ante un fondo de tejados rojizos y una franja de cielo no tan azul. En los ocasionales tinglados domingueros cuelgan telas de ropas multicolores, reflejos dorados de braseros, jaulas apiñadas donde trinan multitud de canarios.

Un niño grita con dos gruesos volúmenes entre sus brazos que vende barata su colección de Mortadelo, un chulapo entrado en años pregona a los cuatro vientos sus deliciosos barquillos y un patriarca gitano te “semienseña” un muestrario de flamantes ¿Rolex?. Todo tiene cabida en el Rastro, aunque sea de procedencia un tanto dudosa. Más de un consistorio ha intentado modificar la historia del Rastro cambiándole de ubicación. Suerte que fue declarado Patrimonio Cultural del Pueblo de Madrid en el año 2000. 


M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

12 de abril de 2012

Cárcel de Corte, Palacio de Santa Cruz y Ministerio de AA. EE.


Fue mandada construir por Felipe IV en 1629 para albergar las dependencias de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte y de la Cárcel de Corte. El edificio se encuentra situado en la plaza de la Provincia número 1, presidido por la fuente de Orfeo, junto a la Plaza Mayor. Es una de las construcciones más significativas del Madrid de los Austrias. El proyecto fue realizado por el arquitecto madrileño Juan Gómez de Mora (1586-1684) y las obras de construcción fueron dirigidas por Cristóbal Aguilera entre los años de 1629 y 1636, junto con otros arquitectos madrileños de la talla de José de Villarreal, Bartolomé Hurtado García y José Olmo.

El palacio, inspirado en una mezcla de la arquitectura clásica italiana y española, es de planta rectangular y consta de dos patios cuadrados interiores simétricos que, además de organizar coherentemente el espacio, permiten una generosa ventilación y la entrada de luz natural. Ambos patios están divididos por un espacio central haciendo las veces de acceso al edificio y de distribuidor al resto de dependencias.

La composición de la fachada es simétrica lo que confiere al edificio una acusada proyección horizontal que sólo se ve alterada por los dos torreones de los cuerpos laterales acabados en chapitel y con la superposición de los dos niveles de triple vano que componen la portada principal. En cuanto a sus decoraciones, destaca el típico cromatismo de los materiales que imponía la época, ladrillo visto y granito, empleados en su construcción y las esculturas centrales que coronaban el escudo imperial y de las que hoy solamente queda una, el ángel. La estrechez de algunas de las dependencias y la falta de espacio obligaron a ampliar y reformar el inmueble, como se desprende de las obras que se realizaron entre 1648 y 1662 y entre 1662 y 1670.

En 1767 pasó a llamarse Palacio de Santa Cruz y se dispuso que sólo permanecieran en el palacio las dependencias de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, trasladándose la cárcel al Oratorio Salvador del Mundo, a espaldas del edificio, donde estuvo hasta 1846 en que fue trasladada a la Cárcel del Saladero. Un incendio ocurrido en 1791 destruyó casi por completo la cubierta del edificio y la torre con chapitel que daba a la calle del Salvador. Con la instauración del liberalismo durante el siglo XIX, el edificio pasó a albergar instituciones más acordes con el nuevo sistema constitucional. En la actualidad alberga las dependencias del Ministerio de Asuntos Exteriores.
En 1996 fue declarado Bien de Interés Cultural. 

Fuentes: Madrid histórico, Juan Cato.
M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

2 de abril de 2012

Madrid


A la orilla de un pequeño río, el Manzanares, había una fortaleza mora. Al emplazamiento lo llamaron Magerit. El río continúa siendo pequeño, la fortaleza ya ha desaparecido, pero Magerit ahora se ha convertido en Madrid, capital de España. Felipe II trasladó en 1561 la Corte de Toledo a Madrid porque quería para su recién estrenado imperio una nueva capital que aún no estuviera tan cargada de historia.
Es entonces cuando realmente empieza la nueva y gloriosa historia de esta antigua villa. Alrededor de la imponente Plaza Mayor, por aquél entonces Plaza del Arrabal, se concentran los primeros pobladores capitalinos, gente de piel oscura, porque aún corría por sus venas la sangre de los moros. En la calle de Toledo, la calle Mayor y un sinfín de bocacalles, desde primera hora de la mañana los comerciantes exponían sus mercancías en el suelo o en precarios tenderetes.

El estilo arquitectónico que imperaba era el llamado barroco español, piezas de ladrillo rojo con bloques de piedra granítica. Bajo el reinado de Carlos III, rey de las dos Sicilias, la ciudad se convirtió en una verdadera ciudad europea. África ya no empezaba en los Pirineos. Mandó construir el Prado y el Palacio Real. Fundó el Jardín Botánico, hoy bordeado por pequeños puestos de libros, e instauró también el servicio municipal de limpieza.
El Prado es ahora el museo nacional de España, donde se exponen todos los grandes. Y para entender Madrid, deberíamos empezar por hacer una visita a ese Prado, y a Goya, el pintor más madrileño. Visiones alucinantes y fascinantes sobre la vida, desde juegos populares hasta fusilamientos, desde retratos de nobles hasta de personajes del Rastro.

Y allí también está Velázquez, osado retratista de los infantes, y Ribera, el sombrío, y Hiëronymus Bosch, llamado El Bosco. Detrás del Prado se encuentra el Parque del Retiro, en su momento el jardín de los monarcas, donde las niñeras paseaban por las tardes a los niños guapos de los ricos y donde las ancianas se dejaban pasear en calesas.
En el Retiro, por excelencia el parque de Madrid, hombres y mujeres, chicos y chicas de toda clase y condición, al igual que hoy, deambulaban o se sentaban a disfrutar de la sombra y del frescor del ambiente. Pero en otra época allí se vivió, más que en cualquier otro sitio de la ciudad, el espíritu “fin de siècle”, esa vistosa ostentación que ya es imposible encontrar hoy en día.

Pero, aparte de este parque, percibimos otro tipo muy diferente de atmósfera en pequeñas plazas intimistas de Madrid, de las que unas cuantas quedan aún y en las que ha logrado sobrevivir algo del ambiente familiar de antaño, de la buena vida conservada a duras penas por las tradiciones, una vida un tanto familiar casi como la que se hacía en provincias.
Porque Madrid, de acuerdo, ahora es una gran metrópoli, sin embargo, todavía quedan pequeñas reminiscencias de ese agradable ambiente provincial en miles de sitios, así como en los hogares y supongo que en muchas de las costumbres de la gente que los habita. 


M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

13 de marzo de 2012

Arco del Dos de Mayo


Este arco tan sencillo vale por todos los arcos de triunfo, aunque estuvieran labrados en mármoles y adornados por toda la opulencia de la riqueza y el arte.
Es la puerta de entrada al antiguo palacio de Monteleón, extensa mansión de los marqueses del Valle y duques de Monteleón y de Terranova, descendientes de Hernán Cortés, que se extendía desde la trasera del convento de las Maravillas hasta la ronda de Fuencarral, hoy calle de Carranza.

En este suntuoso y dilatado palacio vivió la duquesa de Terranova, que fue camarera mayor de la reina María Luisa de Orleáns, y más tarde sirvió de morada regia pues habitaron en él la reina, ya viuda de Felipe V, Isabel de Farnesio y los infantes don Luis y doña María Antonia.
Una vez que dejó de utilizarse como residencia de linajudos habitantes pasó a ser parque de Artillería, destino en el que habría de ser inmortalizado su nombre por la memorable defensa que de él hicieron el 2 de mayo de 1808 unidos el pueblo y los soldados, contra las fuerzas napoleónicas.

De todo el imponente edificio sólo ha llegado hasta nuestros días lo que fue su puerta principal, ante la que se desarrollaron las conocidas escenas de heroísmo, donde cayó muerto el capitán cántabro D. Pedro Velarde y Santillán (1779-1808) y donde fue herido mortalmente el capitán sevillano D. Luis Daoíz y Torres (1767-1808). Desde el año de 1868 es la villa de Madrid la propietaria del arco de Monteleón o del Dos de Mayo, que lo cercó con una verja y lo destacó en el centro de la plaza. 


Fuentes: "Postales Antiguas de Madrid" de Ediciones La Librería, "La Ilustración Española y Americana", "Viejo Madrid", "Sociedad Española de Librería”.
M@driz hacia arriba©2012 | Manuel Romo

6 de marzo de 2012

Casa de los penes


Este curioso edificio se encuentra ubicado en la calle de Montserrat número 12, barrio de Universidad y, al día de hoy, destinado a discretas viviendas populares. En su fachada de revoco, además de símbolos sexuales como seis penes esgrafiados, dos por cada planta, y en medio de cada pareja fálica un símbolo que parece representar una vagina –aunque estas son algo más abstractas y podrían ser lo que la imaginación le dicte a cada uno-, hay también esgrafiado una especie de lazo o podría ser el símbolo matemático para representar lo infinito, con una fecha en su interior, IV-1912. Se ha especulado mucho sobre si podría ser simbología masónica, dibujos de inspiración freudiana o simplemente representaciones esotéricas.

Hablando con un amable vecino de edad más que provecta, inquilino desde su nacimiento en el edificio, éste aventura que en su día la casa pudo estar destinada a lupanar, ya que en la antigüedad, al igual que en muchas ciudades de Europa, se señalaba con símbolos semejantes a este tipo de comercios, como reclamo para los asiduos visitantes de los prostíbulos. Otra teoría es que, como en Roma, las representaciones de falos erectos y demás símbolos sexuales en las fachadas traía buena suerte a los inquilinos de estas casas, por aquello de la fertilidad. En el Centro Cultural del Conde Duque, donde se encuentra el Archivo de Villa, se conserva el expediente de esta edificación. Parece que en Madrid los modernistas no gozaban de muchas simpatías, se les tildaba de irracionales y aberrantes por salirse del conservadurismo de la época y por tanto de la arquitectura oficialista, y quizá por esta razón su arquitecto fue un tanto desconocido y del que apenas se pueden obtener datos personales, tan sólo su fecha de titulación (1897) y por supuesto su nombre, Arturo Pérez Merino.

El proyecto del edificio en cuestión se debió a un encargo de D. Luis Navarrete, un promotor de la época que hizo de apoderado para una desconocida y adinerada dama que se dedicaba a construir viviendas para alquiler. También se sabe que Pérez Merino proyectó otra media docena de edificios en Madrid, todos ellos de un modernismo ecléctico, y por ser casi todos los proyectos de escaso presupuesto, eran populares y baratos, ideales para viviendas que estuvieran al alcance de la clase media. Entre sus obras más llamativas y, que aún se conservan, está la casa de la calle de Hortaleza número 96, donde se pueden apreciar unas originales ménsulas con forma de serpiente y la casa de la calle de Don Pedro número 4, en la que sobre el dintel de un vano central de la primera planta, un dragón se enrosca alrededor de la firma del arquitecto. 


Fuente: “Madrid modernista: guía de arquitectura”, Da Rocha y Ricardo Muñoz.
M@driz hacia arriba©2012 | Manuel Romo

1 de marzo de 2012

San Manuel y San Benito


Largo y tendido han hablado otros blogs “madrizleños”, especializados en este tipo de construcciones, sobre esta soberbia iglesia neobizantina, pero tenía desde hacía bastante tiempo preparadas las fotos comparativas y no era cuestión de arrinconarlas en una carpeta del disco duro.
La iglesia de San Manuel y San Benito se encuentra ubicada en la calle de Alcalá número 83, en la confluencia con las calles de Lagasca y Columela, frente al parque del Retiro. Fue construida entre 1902 y 1910, por iniciativa del empresario catalán don Manuel Caviggioli Manau y su esposa doña Benita Maurici Gaurán, que donaron generosamente para su construcción un extenso solar de mil setecientos cincuenta y nueve metros cuadrados. El templo tomó su advocación en honor de tan generosos benefactores.

En un principio se destinó como residencia e iglesia para los Padres Agustinos y hoy en día es también iglesia parroquial bajo la advocación del Redentor. Es obra del arquitecto romano Fernando Arbós y Tremanti (1840-1916). Este edificio es quizás uno de las mejores muestras de la arquitectura neobizantina madrileña, junto con el Panteón de Hombres Ilustres, también realizado por el mismo arquitecto. Su planta es de cruz griega, con una gran cúpula sobre pechinas, donde se representan los cuatro evangelistas.

Destaca en su interior la capilla de la Epístola, con un altar de mármol blanco de Carrara, flanqueado por los sepulcros del matrimonio mecenas. De su fachada, destaca la torre con claras influencias de los campaniles italianos. Una restauración de la Iglesia en el último tercio del siglo XX, corrió a cargo del arquitecto José Antonio Arenillas

M@driz hacia arriba©2012 | Manuel Romo