7 de septiembre de 2008

Plaza de Canalejas 5


Uno de los cafés más bonitos y con más encanto de Madrid, que aún perdura, de los numerosos establecimientos de este tipo que había en la capital: Café del Príncipe conocido como el Parnasillo, el Café Nuevo, el Café de la Iberia, el Café del Prado... Se hizo famoso por haber sido lugar de encuentro a partir de 1829 de escritores del Romanticismo, como Espronceda, Ventura de la Vega, Larra y Mesonero Romanos; los dramaturgos Hartzenbusch, Zorrilla y el poeta Enrique Gil y Carrasco; oradores como Fermín Caballero, Salustiano de Olózaga, Bravo Murillo y Donoso Cortés; pintores como Madrazo, Rivera, Esquivel y Villaamil; y grabadores como Deleguer, Castillo y Ortega; y el empresario teatral Juan Grimaldi, actores y jóvenes literatos. Larra lo describió como «reducido, puerco y opaco».

25 de agosto de 2008

Plaza de Canalejas 6


Antiguas viviendas construidas por D. Ramón Pla y Monje, Marqués de Amboage (1823- 1891), a partir de un proyecto de 1913 del arquitecto Joaquín Rojí López-Calvo. Su edificación se prolongó de 1915 a 1916.
En sus bajos, con fachada de madera y dos escaparates ovalados a los lados, La Violeta, negocio familiar de cuatro generaciones. Comercio pequeño que mantiene el mobiliario original con muebles de caoba, que lleva vendiendo dulces desde 1915.
Conocida por sus caramelos de violeta o violetinas, elaborados con la esencia de la flor, con forma de pétalo y de color lila, el caramelo de Madrid. También violetas naturales escarchadas en azúcar, frutas glaseadas, bombones, dulces y violetas confitadas, sin olvidar su Leña Vieja, su Marrón Glasé, sus trufas, sus uvas y sus guindas al coñac. Consumidores especiales fueron entre otros, la reina Victoria Eugenia, Jacinto Benavente o Wenceslao Fernández Flores.
Muy joven se marchó a América donde se hizo millonario con la trata de esclavos.
A su regreso obtiene el título de Marqués de Amboage, la Gran Cruz de Isabel la Católica y la plaza de Consejero del Banco Hipotecario de España. Casado con Faustina Peñalver tuvo dos hijos. A su muerte y por testamento se instituyó la Fundación del Marqués de Amboage, institución benéfica acogida a la protección del Estado y de carácter perpetuo. Entre sus fines: "Distribuir todos los años, entre cien pobres verdaderamente necesitados, vecinos o que residan habitualmente en la ciudad de Ferrol, la suma de cinco mil pesetas en metálico, reparto que se hará el 31 de agosto, día de San Ramón, dando a cada pobre la limosna de 50 pesetas".



3 de agosto de 2008

Viena Capellanes



Hace 135 años, un médico valenciano, el doctor Ramón Martí, decidió hacer un viaje a la Exposición Universal de Viena. De todo lo que vió, lo que más le sorprendió fue el pan. El pan de Viena era más fino y más esponjoso que las hogazas o el pan candeal; su aspecto era lustroso y su distribución en pequeñas cantidades lo convertía en “un pan de capricho, no en un pan de hambre”. Tras este descubrimiento, fundó en Madrid la panadería Viena Capellanes.
En 1879 Serafín Baroja Zornoza llega a Madrid con su mujer, Carmen Nessi Goñi, y sus hijos Darío, Ricardo y Pío. Se trasladan a Pamplona en 1881, y regresan de nuevo a Madrid en 1886. Temporalmente se alojan con la tía materna, Juana Nessi, en la Casa de Capellanes. En ella, Pío Baroja se inicia como empresario, dirigiendo la tahona de Viena Capellanes, en los bajos del edificio. La llegada de Baroja a la tahona fue casual. Su hermano Ricardo había sido reclamado por su tía Juana para que la ayudara con el negocio tras la muerte de su marido, Matías Lacasa, en 1894 y, ante el desinterés de Ricardo, Pío se hizo cargo del negocio en 1896.




Además del atractivo de la bollería y los dulces, la Casa de Capellanes ofrecía a Baroja el no menos irresistible de los caserones antiguos, misteriosos y laberínticos, que despertarían en Pío el interés por el mundo del misterio y del crimen.
A pesar de los esfuerzos realizados por Baroja, la tahona pasó por numerosas dificultades. Matías Lacasa ya la había dejado entrampada al morir.
Baroja liquidó como pudo las deudas, hizo acopio de harina, e intentó conseguir respaldo financiero, que no obtuvo. En cualquier caso, el negocio siguió adelante tras ser comprado a la familia Baroja por Manuel Lence y consiguió, años más tarde, un gran éxito que aún perdura.



22 de julio de 2008

Casa Real de Aduana


Casa Real de Aduana
(C./ Alcalá, 5, 7, 9 y 11)


La antigua Casa de la Aduana, también conocida como Aduana Vieja, fue construida en 1645 en la desaparecida plazuela de la Leña, hoy calle de la Bolsa, en el lugar que antaño ocuparan las Caballerizas de la Reina, entre el palacio de Juan de Goyeneche y el palacio de Torrecilla. Durante el siglo XVIII se hizo cargo de las Rentas de tabaco, sal, naipes, aguardientes, vidrio, etc. Carlos III encargó en 1761 a Francisco Sabatini la construcción de una nueva casa de la aduana. Las obras del edificio, concebido como un palacio italiano, concluyeron en 1769. El alzado se divide en tres alturas:



En la primera, de sillares almohadillados, se abren cinco puertas: tres centrales adinteladas y dos laterales en arco de medio punto. Entre ellas se sitúan ventanas, también adinteladas.
En la segunda, alternan ventanales coronados por tímpanos triangulares y redondeados. Una gran balconada central, sobre la puerta principal se apoya sobre ménsulas decoradas.
Y la tercera de ladrillo, con ventanales cuadrangulares.
Remata el conjunto un ático con balaustrada apoyada en mensulones agrupados de dos en dos.
El interior, organizado en torno a tres grandes patios, dos de ellos separados por un vestíbulo con una escalera de doble derrame y sótanos que servían para almacenes. Como consecuencia de la reforma fiscal de 1845, el Ministerio de Hacienda fue trasladado en 1848 a la Real Casa de la Aduana. En 1944 el arquitecto Miguel Durán Salgado amplió las dependencias con la construcción de un edificio contiguo, sobre el solar del demolido palacio dieciochesco del Marqués de la Torrecilla, con portada realizada por Pedro de Ribera en 1730.
Declarado Bien de Interés Cultural el
27 de febrero de 1998.


13 de julio de 2008

El Ángel Caído


(Parque del Retiro)

En 1877, el escultor madrileño
Ricardo Bellver (1845-1924) realizó la obra en yeso, inspirado en unos versos de El paraíso perdido, de J. Milton, para presentarla en la Exposición Universal de París de 1878. Dado que sólo se admitían esculturas de mármol o bronce, Bellver decidió fundirla en París, por la casa Thiebaut-Fils.
El Ángel Caído, con las alas desplegadas y contorsionado, se apoya sobre unas rocas, mientras una gran serpiente se enrosca alrededor de su cuerpo.
Mide 2,65 metros de alto y descansa sobre un pedestal de granito y piedra, con forma de pirámide truncada de planta octogonal que en cada uno de sus lados figura una carátula de bronce, obra de Francisco Jareño, que representan a diablos sujetando con sus manos lagartos, sierpes y delfines. En cada carátula hay tres surtidores que vierten sus aguas a un pilón, también de granito, de forma ochavada y rodeado por un parterre de boj. El conjunto tiene unas dimensiones de 10 metros de diámetro por 7 metros de alto y fue inaugurado oficialmente en 1885.



Muestra tres grandes influencias: la helenística, de
Laocoonte y sus hijos; la barroca, de Bernini, por sus líneas diagonales; y la romántica, por su intensidad dramática. Es probable que la idea de representar a Luzbel (luz bella), con un cuerpo de atleta adolescente tenga relación con el Lucifero de Costantino Corti.
El modelo en yeso fue adquirido en 1879 por 4.500 pesetas, por el bronce se pagaron 10.000 pesetas y fue cedido ese mismo año al Ayuntamiento de Madrid, para ornato del Parque del Retiro. En la Glorieta del Ángel Caído se levantaron antaño varias construcciones. La más antigua de que se tiene noticia es la ermita de San Antón, tras su derribo Carlos III mandó edificar en su lugar la
Fábrica de Porcelanas de la China, a semejanza de la existente en Capodimonte (Nápoles) y tras ser destruida durante la Guerra de Independencia, el solar permaneció vacío hasta que se erigió la fuente. Curiosamente se encuentra situada a una altitud topográfica oficial de 666 metros sobre el nivel del mar.
Hubo opiniones para todos los gustos.
Massarani: “queda fuera de lo que vulgarmente llaman mediocre”
Martínez de Velasco: “refleja el odio satánico del ángel rebelde”
Jouin: “como si el artista hubiera visto a Lucifer en su caída”
Picón: “atrevida, de incorrecto dibujo y aspecto decorativo”
Eugenio Duque: “desprovista de buen gusto”
Vicente Esquivel: “no reúne las condiciones”
Rouget: “el brazo derecho es muy corto”